Las imágenes en la Iglesia siempre han tenido dos objetivos principales: el primero pedagógico; y el segundo devocional. Desde un principio en el arte cristiano las imágenes se utilizan como un medio de transmitir el mensaje religioso a las clases populares, una finalidad docente; cumplen, en consecuencia, una función evangelizadora, es el catecismo de una población fundamentalmente iletrada.

Con el tiempo se tiende a aproximar la representación de los personajes religiosos, Cristo, la Virgen María, los santos y los ángeles a un plano más humano que divino, dejándoles mostrar emociones y sentimientos; las imágenes comienzan a tener un valor cultural y mediador, ya que acercan y hacen presentes a Dios y a esos personajes religiosos, lo que acrecienta la veneración y devoción hacia ellas.

Es curioso observar cómo, cuanto más vamos avanzando en los años del cristianismo, más se busca en la imagen el parecido físico con ese Cristo ideal y más interesa el realismo y la manera de captar a la persona representada, bien sea María o cualquiera de los santos.

Habría que remontarse al Concilio de Éfeso, en el año 431, donde se discutió la dignidad de la Virgen y se acabó por definirla como Madre de Dios. A partir de entonces el auge de la devoción mariana llevaría a los artistas a hacer representaciones entronizadas de María.

La Leyenda 

Desde tiempo inmemorial existen leyendas de apariciones que vienen a justificar la presencia de imágenes de la Virgen en ermitas y santuarios situados, mayormente, en entornos rurales.

Estas apariciones de la Virgen han creado un sentido vital y de identidad en el ámbito social en que tienen lugar; casi siempre las leyendas inciden en la vinculación de las imágenes con un lugar en el término de una población determinada, convirtiéndose con el tiempo en el núcleo de su identidad local. El principal mensaje que la imagen trata de transmitir a la comunidad es la permanencia en un lugar preciso.

El poder atribuido a estas imágenes aparecidas las ha convertido en una forma de protección de la población frente a la adversidad, lo que va a incidir en la veneración y devoción que se les profesa y en la permanencia de sus leyendas en el imaginario colectivo como parte de sus tradiciones.

La leyenda es una narración que se transmite de generación en generación, casi siempre de forma oral, aunque se puede poner por escrito, lo que en cierto modo da pie a variantes y modificaciones. Tienen casi siempre una base de contenido histórico, ampliada en mayor o menor medida con episodios imaginativos; si bien la precisión histórica pasa a un segundo plano en beneficio del mensaje espiritual. Posteriormente, se suelen convertir en  historias que se acerca más a lo poético y que, a pesar de hacer referencia a personajes o lugares reales, no se atienen en demasía a los hechos históricos.

Por supuesto, Nuestra Señora de los Ángeles también tiene su propia tradición o leyenda en torno a su aparición en el Cerro y de esta leyenda, como es normal, se tienen numerosas versiones. Cada una con sus propias variantes debidas fundamentalmente a la forma literaria y más o menos poética de su narrativa, pero manteniéndose siempre en todas ellas el mismo núcleo histórico e imaginativo heredado a través del tiempo.

Podríamos haber elaborado aquí nuestra propia versión, algo factible teniendo en cuenta la de ocasiones en que hemos oído narrarla y la cantidad de referencias escritas que tenemos de la misma; pero hemos preferido transcribir, por su belleza descriptiva y detallada, la que Marcial Donado y Manuel de la Peña proponen en su libro: "Ntra. Sra. de los Ángeles-Leyenda, Historia, Vida. Hasta comienzos del siglo XX (1983)".

Aparición de la Virgen de los Ángeles

Aparición de la Virgen de los Ángeles en el Cerro

"Los pastores que habitualmente pasaban con sus ganados por la cañada de San Marcos -tramo getafense de la «Real cañada de las merinas»- o bien por la de la «Torre», solían guarnecerse en lo alto del Cerro, lugar seguro que admitía una vigilancia al tiempo que daba lugar a preparar una defensa en caso necesario. Una noche de tormenta, al caer un rayo en la proximidad de los restos de la torre o ermita que allí existía, vieron como, al tiempo que se apagaba el ruido de los truenos, la cegadora luz no se desvanecía en aquel lugar. Al principio creyeron que el resplandor fuera debido a un pequeño incendio producido por la chispa. Pero al ver que la tormenta había desaparecido y que, entre las piedras sobrepuestas, continuaba saliendo aquella extraña luz, trataron de investigar la causa. Intentaron remover con harto esfuerzo los sillares amontonados, con la sorpresa de que fue apareciendo la bella imagen de una Virgen de pequeño tamaño. Separaron todas las piedras y recuperaron la deteriorada efigie.
Como los pastores debían continuar su camino al otro día, optaron por comunicar su descubrimiento a unos zagales que merodeaban por allí, encargándoles de la custodia del hallazgo. Con gran contento, los muchachos se llevaron la imagen a Pinto depositándola en la casa de uno de ellos con el beneplácito de sus padres. Al otro día, cuando fueron a dar cuenta de lo ocurrido al señor cura, se encontraron con la sorpresa de que la Virgen había desaparecido sin dejar rastro.
Los chicos no dieron mucha importancia al asunto hasta que otro día volvieron a subir al Cerro, lugar de sus acostumbradas aventuras. Estando jugando, al filo de la tarde, vieron como una extraña luz salía de las ruinas de la ermita. Entonces recordaron lo que los pastores les habían contado y subieron corriendo a las ruinas donde encontraron nuevamente a la imagen.
Llenos de contento la bajaron y la llevaron a Getafe para enseñársela al párroco que la colocó en uno de los altares de la iglesia y, haciendo sonar su rueda de campanillas, dio a conocer el singular hallazgo.
A la mañana siguiente, cuando fueron a contemplar la imagen, se encontraron con que ésta había desaparecido. Este prodigioso suceso, según la tradición, se repitió en varias ocasiones.
Reconsiderando lo acaecido con las desapariciones, el buen cura llegó a pensar que la Virgen quería instalarse en el Cerro y allí fueron un día en procesión, viendo admirados, cómo la Virgen estaba en un hermoso pedestal rodeada de ángeles. Ante aquella visión, los getafenses optaron por reconstruir la ermita, colocando con gran devoción la aparecida imagen de Nuestra Señora a la que, desde entonces, se le conoce como la Virgen de los Ángeles".

Esta es la tradición o leyenda, pero lo cierto es que en 1576, según las "Relaciones topográficas de los pueblos de España", ordenadas por Felipe II, en los alrededores de Getafe sólo se mencionaban las emitas de San Marcos, la Concepción, Santa Quiteria, San Sebastián y la del Espíritu Santo, sin hacer ninguna referencia a la ermita de la Virgen de los Ángeles en el Cerro.

La Talla de la Virgen

La imagen de Nuestra Señora de los Ángeles es una talla completa, probablemente maciza, de madera de pino policromada, que representa una Inmaculada Concepción ataviada con túnica de color blanco, símbolo de la virginidad y pureza de María, y manto azul, simbolizando su inmortalidad y asunción a los cielos; ambas prendas de extremada sencillez, casi sin pliegues. La imagen tiene los brazos flexionados y las manos unidas en actitud orante a la altura del pecho, sin llegar éstas a tocarse, y a sus pies una base tallada en forma de nubes con cuatro cabezas aladas de ángeles; toda ella sobre una peana añadida posteriormente.

Talla de Nuestra Señora de los Ángeles

Imagen de Nuestra Señora de los Ángeles

Para algunos no se sabe quién la trajo, ni de dónde, ni quién la esculpió, cuándo y por qué motivo (Congregación de Ntra. Sra. de los Ángeles)

Sin embargo, otros trabajos como los de Marcial Donado y Manuel de la Peña, indican que fue el párroco de la iglesia de la Magdalena, D. Eugenio Ximénez, quien hizo el encargo de esta talla de la imagen de la Virgen de los Ángeles, proporcionando los datos necesarios al autor, cuya identidad se desconoce, quizás teniendo en cuenta los rasgos de la imagen primitiva, deteriorada o ya desaparecida, o bien siguiendo las costumbres del momento. (Marcial Donado y Manuel de la Peña, 1983).

Según otras fuentes, fueron los Monjes Cartujos de El Paular de Rascafría, que tenían una importante casa-granja en Getafe desde 1393, los que habían propiciado con anterioridad la confección de esa imagen de la Virgen, cuyo encargo haría finalmente el citado párroco, y que sería consagrada bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles (José María Real Pingarrón, 2014).

Lo cierto es que la talla, ya terminada, se entregó el día de la Concepción, martes, de 1610, instalándose en la capilla de la casa de El Paular, a la espera de poder ser llevada a su ermita en el Cerro, algo que debió suceder antes de 1616, año en el que está documentada la celebración en Cerro de la primera fiesta en honor de la Virgen de los Ángeles. (Libro Becerro 3, 1612-1805).

Por tanto, los monjes cartujos de Getafe acogieron en su capilla y protegieron la imagen de la Virgen de los Ángeles en esos primeros años hasta la construcción de su ermita, obra que se realizó entre 1612 y 1616. Durante ese primer periodo de cinco o seis años, en alguna ocasión y ante las fuertes epidemias y sequías en los campos, se sacó a la Virgen de los Ángeles en rogativas desde la casa de El Paular de Getafe (José María Real Pingarrón, 2014).

La medida de la talla original de la Virgen es de 105 cm, el resto son añadidos posteriores: una luna a sus pies, un arco de rayos y una peana. El arco mide 160 cm. de alto; la peana del siglo XIX mide 60 cm. y la corona alrededor de 31 cm. Todo ello configura la imagen actual de la Virgen de los Ángeles con una altura total, desde la peana hasta el remate del arco, de 217 cm aproximadamente y una anchura de 114 cm (Carlos J. Vergara. Ángelus, 2007).

Esta imagen de la Virgen de los Ángeles ha perdurado durante cuatro siglos y es la que ha llegado hasta nosotros, habiendo pasado por vicisitudes y momentos de crisis muy importantes sin que en ningún momento haya sufrido daños significativos; las modificaciones realizadas sólo se han debido a restauraciones, necesarias por el propio deterioro de los años, e incorporaciones para conseguir dar mayor esplendor a la imagen.

En cuanto a los añadidos, ya en un inventario de 1722 consta "una media luna de plata con serafín de lo mesmo que pesa…" y "una corona de plata dorada para sus festividades". Así mismo, en 1739, consta la realización de un "arco de plata y sobrecorona". (A.H.D.G., Libro de Cuentas de Nuestra Señora de los Ángeles, M.2 -ANG. 1).

Estos objetos de orfebrería, que lleva siempre Nuestra Señora de los Ángeles, son los símbolos de la Inmaculada Concepción del Apocalipsis de San Juan: "Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y sobre la cabeza una corona de doce estrellas"; a estos habría que añadir el pedestal angelical, como símbolo de la advocación de esta Virgen. El estar vestida de sol se simboliza con el arco de plata con ráfagas y rayos; la media luna a los pies de la Virgen se representa en Nuestra Señora de los Ángeles con la media luna de plata con las puntas hacia arriba y serafín en el centro; la corona de doce estrellas del Apocalipsis, en el caso de la Virgen de los Ángeles, se representa con una corona de plata de veinticuatro estrellas, número múltiplo de doce (Carlos J. Vergara, 2001).

También está documentada la fabricación, en el siglo XVIII, de un nuevo trono de plata para la Virgen. (AHDG, Libro de Cuentas de Nuestra Señora de los Ángeles, M.2. ANG-1, f. 47).

En 1822, se adquirió un nuevo arco de plata construido, según inscripción en el propio arco, por el platero Antonio Herreros en mayo de ese año.

Pero no serían estos los últimos añadidos a la talla. También en el siglo XIX, se la incorpora un nuevo pedestal con una base dorada sobre la que descansa una gran nube plateada, de la que emergen, en el frontal, cinco cabezas aladas de ángeles, dispuestas una a cada lado y tres en remolino en el centro, y otras dos en la parte trasera; los ángeles tiene los ojos de cristal.

La existencia de varias peanas se puede deducir también por las diferencias entre algunas estampas de la Virgen que se conservan en la Congregación. Así, en dos estampas de 1769 y principios del siglo XIX respectivamente aparece la imagen sobre peanas diferentes de la actual, en tanto que en una estampa de 1894 la virgen descansa ya sobre el nuevo pedestal.

La primera restauración de la talla de la que se tiene constancia se realizó en el año 1773. Con motivo del estreno de la espléndida carroza, creación de Juan Maurat, se llevó a cabo una limpieza total y ligeros retoques en la imagen, y tal vez, para colocarla en el nuevo “carro triunfal”, se eliminó parte de la base tallada con ángeles sobre la que apoya sus pies la Virgen, por lo que las cabezas laterales sólo se conservan parcialmente.

En 1775, se retocan el dorado y la pintura de la túnica de la imagen; en la inspección del visitador eclesiástico, consta "tubo de coste el retocar a Nuestra Señora, dorado y pintado de la túnica todo según recibo de Ramón Melero, dorador y vecino de Madrid". (A.H.D.G., Libro de Cuentas de Nuestra Señora de los Ángeles, M.2 -ANG.2)

En 1816, fecha en que se redactaron las primeras Constituciones-Estatutos de la Congregación, se llevó la imagen a Madrid para retocar la pintura y ponerla los ojos de vidrio, lo que contribuyó enormemente a su embellecimiento; no se ha podido confirmar si los ojos originales de la talla eran también de ese mismo material. En la visita que tuvo lugar ese año consta la "compostura de la imagen. Item se abonan quinientos veinte y uno real que según recibo presentado ha tenido de coste la compostura en corazón {?} y ojos nuevos a la imagen de Nuestra Señora con la conducción del escultor". (A.H.D.G., Libro de Cuentas de Nuestra Señora de los Ángeles, M.2 -ANG.2).

En 1908 es D. Anselmo Ocaña Pingarrón, natural de Getafe, quien restaura la peana con la que se acopla a la carroza, realizando un retallado de la misma.

En 1940 se realizan reparaciones y retoques necesarios en la imagen; en el importe pagado por esta restauración se incluyen también la de la Santa Fe y la de los angelitos de la carroza, obras todas ellas que lleva a cabo el mismo artista.

En 1949, se acuerda proceder a la restauración de los dos arcos de que dispone la Virgen debido al estado de deterioro que habían sufrido con los años. En el arco de 1739, que luce la Virgen en las procesiones del Domingo y Lunes de Pentecostés, se pone una nueva instalación eléctrica y desmontable, de forma que se pudiera guardar después de las fiestas, facilitando así una mejor conservación; además, se hace una reparación general y de las piedras brillantes.

Arco de 1882

Arco de 1882 -Inscripciones-

En el arco de 1882, una vez concluida la restauración, se dejaron las huellas dejadas por el proyectil de artillería que, al comienzo de la Guerra Civil, impactó en su lado izquierdo y del que milagrosamente la Virgen salió indemne, acordándose grabar una placa recordando el hecho que fue colocada en la parte trasera del arco.

En el año 1955 se procede al retocado de la cara de la Virgen, por estar baja de color; y, en 1957, se efectúa la corrección de algunos desperfectos en la imagen.

En el año 1980 la Congregación había ya previsto en sus presupuestos unas partidas para hacer una restauración total de la imagen de la Virgen, a realizar por los restauradores Sres. Cruz Solís, al presentar ésta grietas en la cara, las manos muy rozadas y la peana muy deteriorada. Sin embargo, no sería hasta 1982, cuando se inician los trabajos correspondientes; la restauración se inicia por la peana, observándose al hacer la separación de ésta, que la talla estaba astillada en su parte inferior, por lo que se procede también a su reparación.
Durante la reparación se hicieron pruebas de las sucesivas capas de pintura o barniz que tenía la imagen, determinándose en cada caso, a la vista de los resultados, si se descubrían estas capas o se daba una nueva.
La restauración completa finaliza ese mismo año.

En el año 2010 se hace una nueva restauración de la imagen para corregir desperfectos que presentan la propia talla y la pintura de la túnica y manto; también se realiza una limpieza de la cara y las manos. Para realizar los trabajos, se desplaza la Virgen al convento de la Madres Carmelitas Descalzas de Iriépal, en Guadalajara, donde acudirá cada día el maestro restaurador, D. Luis García, para ejecutar las labores precisas.

La restauración más reciente, y quizás la más importante, de la talla de Nuestra Señora de los Ángeles y su peana se llevó a cabo, entre octubre de 2016 y mayo de 2017, por la empresa de arte sacro Talleres de Arte Granda S.A., con sede en Alcalá de Henares, Madrid.

Talla de Nuestra Señora de los Ángeles

Memoria de Restauración

La profunda intervención por parte de Talleres de Arte Granda no se limitó a las acciones de restauración propiamente dicha sino que, además, se realizaron: un estudio histórico-artístico, un estudio detallado del estado de conservación, cartografías de las alteraciones existentes, un análisis visual y estudios físico-químicos sobre la policromía y, finalmente, un catálogo con medidas de conservación preventiva, mantenimiento y cuidado para minimizar los posibles riesgos de deterioro. Todo ello permitió recabar, a partir de la propia imagen y los análisis realizados, nueva información sobre ella que, si bien no basta para desvelar por completo sus incógnitas, nos acerca más que nunca a conocer su historia.

A día de hoy, sigue siendo imposible determinar la autoría de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles. Sin embargo, esta restauración ha aportado nuevos datos que inciden en su mejor conocimiento.

La imagen, original del siglo XVII, fue sometida a lo largo de su historia a varias modificaciones, entre las que destacan: la eliminación de parte de su base, con un enrasado de la misma; el retallado de la parte posterior y superior de su cabeza, eliminando la parte del manto que cubría la misma para dejarla al descubierto, dándole después la forma del cabello y perfilando los hombros; y la modificación de sus manos, que fueron adaptadas para convertirlas en articulables y móviles.

Los análisis físico-químicos realizados sobre la policromía aportan valiosa información sobre las intervenciones a las que fue sometida la talla; las cinco muestras tomadas revelan que, a lo largo de su historia, la pieza ha sido sometida a numerosos repintes: en la cabeza, en el cuello, en la túnica y en el manto.

La restauración ha permitido también recuperar el esplendor de los ángeles estofados de la base original, que quedan normalmente ocultos a la vista de los fieles, debido a la vestimenta con la que se ve enriquecida la Virgen de los Ángeles.

Estos complejos trabajos de restauración finalizaron en mayo de 2017, justo antes de las Fiestas Patronales de ese año; de esta manera, la Sagrada Imagen fue expuesta en su máximo esplendor, por primera vez a todos los fieles, en un acto multitudinario celebrado en la Catedral de Santa María Magdalena, durante la celebración del II Centenario de la Congregación.