En los primeros tiempos de la Iglesia, los accesorios de liturgia tenían una importancia relativamente menor; los sacramentos eran celebrados en simples habitáculos comunes, sin demasiado ritual y con objetos cotidianos. Pero a medida que la liturgia fue desarrollando ritos más complejos, estos objetos litúrgicos se fueron convirtiendo en componentes indispensables y con un gran valor simbólico en la celebración.

También la forma y los materiales empleados para ellos se fueron transformando a lo largo de los siglos. Comenzaron a enriquecerse con decoraciones realizadas por artistas excelentes y hábiles artesanos creando verdaderas obras de arte, incluso empleando materiales preciosos, muy lejos de los objetos comunes utilizados hasta entonces.

Sin embargo, en los tiempos presentes esa tendencia ha ido evolucionado hacia objetos litúrgicos que obedecen cada vez más a principios de simplicidad; ahora se da más importancia a la forma y los materiales, que simplemente deben ser dignos para estar en contacto con la Eucaristía, que a la estética y a las decoraciones.

En este sentido, la Instrucción General del Misal Romano (IGMR), que es el conjunto de normas que rigen la celebración de la Santa Misa, traza tanto los líneas generales con las que se ordena la celebración de la Eucaristía, como las normas para la disposición de cada forma de celebración. Así mismo, en ella se hace mención específica a todo lo referente a vasos y utensilios sagrados en general, sus características en cuanto a forma y materiales y la manera en que han de colocarse en el altar o su entorno.

En cuanto al altar y su ornato, dicha Instrucción General dice: “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía” (IGMR 296); y también: "Obsérvese moderación en el ornato del altar" o "Los arreglos florales sean siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él, que sobre la mesa del altar" (IGMR 305).

En lo relativo a los vasos y utensilios sagrados, se indica: "Así como para la edificación de las iglesias, también para todos los utensilios sagrados, la Iglesia admite el género artístico de cada región y acoge aquellas adaptaciones que están en armonía con la índole y las tradiciones de cada pueblo, con tal de que todo responda adecuadamente al uso para el cual se destina el sagrado ajuar" y "También en este campo búsquese cuidadosamente la noble simplicidad que se une excelentemente con el verdadero arte" (IGMR 325).

Y en cuanto a los materiales a utilizar para estos: "En la elección de los materiales para los utensilios sagrados, además de los que son de uso tradicional, pueden admitirse aquellos, que según la mentalidad de nuestro tiempo, se consideren nobles, durables y que se adapten bien al uso sagrado" (IGMR 326).

En ella se señala, además, cuáles son los elementos que se pueden poner sobre el altar, así: "Sobre la mesa del altar se puede poner, entonces, sólo aquello que se requiera para la celebración de la Misa, a saber, el Evangeliario desde el inicio de la celebración hasta la proclamación del Evangelio; y desde la presentación de los dones hasta la purificación de los vasos: el cáliz con la patena, el copón, si es necesario, el corporal, el purificador, la palia y el misal" (IGMR 306).

Esta Instrucción General prevé también el caso de celebración de la Eucaristía fuera de lugar sagrado: "La celebración de la Eucaristía, en lugar sagrado, debe realizarse sobre el altar; pero fuera del lugar sagrado, también puede realizarse sobre una mesa apropiada, usando siempre el mantel y el corporal, la cruz y los candeleros" (IGMR 297).

La Misa consta de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística, las cuales están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto. Pues bien, en esta exposición nos centraremos únicamente en los ornamentos y accesorios propios de la Liturgia para la celebración de la Eucaristía; poniendo el foco en los elementos que deben estar presentes en el altar para la debida celebración de la Santa Misa según el rito romano, tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria: manteles, crucifijo, candeleros, corporales, cáliz, copón, patena, purificador y vinajeras.

Además, haremos mención a otros utensilios que contribuyen al embellecimiento del altar y la propia iglesia: jarrones, ánforas, floreros, adornos de púlpito, etc.

De esta manera, se expone aquí una muestra muy significativa de accesorios litúrgicos y ornamentos de altar e iglesia que la Congregación de Nuestra Señora de los Ángeles, como custodia y garante del patrimonio de la Virgen, ha ido guardando y atesorando a lo largo de los años. Ciertamente, algunos de ellos han sido adquiridos por la propia Congregación, pero en gran cantidad proceden de donaciones de fieles, en muchos casos anónimos, que de esta forma han querido mostrar su devoción y veneración hacia la Virgen de los Ángeles. Todos ellos contribuyen al engrandecimiento y solemnidad de cuantos actos de culto que se celebran en honor de Nuestra Señora de los Ángeles.

Manteles de Altar

El mantel de altar es un paño litúrgico bendecido con el que se recubre toda la superficie del altar durante la Misa.

La utilización de los manteles religiosos en las mesas de altar se remonta al siglo IV, aunque no empezó a generalizarse hasta el siglo VII. Posteriormente, en el siglo IX, se convierte en costumbre la utilización de tres manteles, lo cual se convierte en uso habitual desde principios del siglo XX.

Según las prescripciones litúrgicas tradicionales, deben ser tres y de color blanco, para que en caso de derramarse la Sangre del cáliz pueda ser recogida por los manteles sin llegar a la piedra o a la madera del altar; al menos el superior debe colgar por ambos lados, llegando casi hasta el suelo.

En la disciplina postconciliar, la última edición de la Instrucción General del Misal Romano dice: "Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco." (IGMR 117); y también: "Por reverencia para con la celebración del memorial del Señor y para con el banquete en que se ofrece el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar donde se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que en lo referente a la forma, medida y ornato se acomode a la estructura del mismo altar" (IGMR 304).

La Congregación de Nuestra Señora de los Ángeles dispone de un conjunto muy variado de manteles, ricamente adornados con bordados, puntillas y flecos, y de diferentes tamaños, que se utilizan en las celebraciones de la Virgen de los Ángeles, tanto en su Ermita del Cerro de los Ángeles, como en la Catedral de Santa María Magdalena.

Junto con estos manteles de altar, se incluye en esta exposición una muestra de manteles empleados para cubrir la mesa de las Camareras y adornos de tela para vestir exteriormente el pulpito de la Catedral durante los actos principales de las Fiestas Patronales.

Crucufijo y Candeleros

Como parte de los ornamentos litúrgicos que deben estar presentes en el altar durante la celebración de la Misa, debemos incluir el Crucifijo y las velas. Nos recuerdan el sacrificio de Cristo y que Él es la Luz del Mundo.

El Crucifijo es la imagen de Cristo clavado en la cruz. Hasta el siglo VI sólo se veneraba la Cruz, y en el siglo VII entra a formar parte del altar el Crucifijo, como su principal elemento. Para la celebración de la Santa Misa no basta una cruz, es necesario el Crucifijo; la imagen de Jesús padeciendo en la cruz, recordándonos el sacrificio, ahora incruento, que se está renovando en el altar.

Para sostener las velas se usan los candeleros. Se colocan a ambos lados del Crucifijo y pueden ser de cualquier material, metálico o madera, apropiado a su uso. No requieren bendición.

En la Instrucción General del Misal Romano hay varias referencias al Crucifijo y a los candeleros, dándose indicaciones de cómo deben estar colocados en el altar:

"Sobre el altar, o cerca de él, colóquese en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva de precepto y, si celebra el Obispo diocesano, siete, con sus velas encendidas. Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado" (IGMR 117).

"Colóquense en forma apropiada los candeleros que se requieren para cada acción litúrgica, como manifestación de veneración o de celebración festiva, o sobre el altar o cerca de él, teniendo en cuenta, tanto la estructura del altar, como la del presbiterio, de tal manera que todo el conjunto se ordene elegantemente y no se impida a los fieles mirar atentamente y con facilidad lo que se hace o se coloca sobre el altar" (IGMR 307).

"Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es importante que esta cruz permanezca cerca del altar, aún fuera de las celebraciones litúrgicas, para que recuerde a los fieles la pasión salvífica del Señor" (IGMR 308).

Vasos Sagrados, Corporales y Vinajeras

Según se indica en la Instrucción General del Misal Romano: "Entre lo que se requiere para la celebración de la Misa, merecen especial honor los vasos sagrados y, entre éstos, el cáliz y la patena, en los que el vino y el pan se ofrecen, se consagran y se consumen" (IGMR 327).

El cáliz es el vaso que contiene el vino que se convierte en la Sangre de Cristo; durante la Misa se cubre con un lienzo pequeño y cuadrado, la palia. La patena es una bandejita o platillo redondo, ligeramente cóncavo y de metal noble en el que se pone la hostia durante la celebración Eucarística; de forma exclusiva en España, la hostia en la patena se cubre hasta el ofertorio con la hijuela o palia redonda. A estos hay que añadir el copón, un vaso con tapa, generalmente abombada y coronada por una cruz, donde se conservan las Sagradas Hostias. Tanto el cáliz como la patena deben ser consagrados exclusiva y definitivamente para el uso en la Santa Misa.

La forma, materiales y diseño de los vasos sagrados para la Misa, especialmente el cáliz, han variado mucho en el curso de la historia; con respecto a ellos, la IGMR da algunas pautas a seguir:

"Háganse de un metal noble los sagrados vasos. Si son fabricados de metal que es oxidable o es menos noble que el oro, deben dorarse habitualmente por dentro" (IGMR 328).

"A partir del juicio favorable de la Conferencia de Obispos, una vez aprobadas las actas por la Sede Apostólica, los vasos sagrados pueden hacerse por completo también de otros materiales sólidos y, según la común estimación de cada región, nobles, como por ejemplo el ébano u otras maderas muy duras, siempre y cuando sean aptas para el uso sagrado. En este caso prefiéranse siempre materiales que ni se quiebren fácilmente, ni se corrompan. Esto vale para todos los vasos destinados a recibir las hostias, como son la patena, el copón, el portaviático, el ostensorio y otros semejantes" (IGMR 329).

"En cuanto a los cálices y demás vasos que se destinan para recibir la Sangre del Señor, tengan la copa hecha de tal material que no absorba los líquidos. El pie, en cambio, puede hacerse de otros materiales sólidos y dignos" (IGMR 330).

"Para las hostias que serán consagradas puede utilizarse provechosamente una patena más amplia en la que se ponga el pan, tanto para el sacerdote y el diácono, como para los demás ministros y para los fieles" (IGMR 331).

"En lo tocante a la forma de los vasos sagrados, corresponde al artista fabricarlos del modo que responda más a propósito a las costumbres de cada región, con tal de que cada vaso sea adecuado para el uso litúrgico a que se destina, y se distinga claramente de aquellos destinados para el uso cotidiano" (IGMR 332).

Como complemento de los vasos sagrados y parte de los accesorios litúrgicos que deben estar presentes en el altar durante la celebración de la Eucaristía, se incluyen también: los corporales y el purificador. Dentro del ordenamiento litúrgico de la Misa, se dice: “Al comienzo de la Liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia de la Eucaristía, y entonces se colocan sobre él el corporal, el purificador, el misal y el cáliz que puede prepararse en la credencia” (IGMR 73)

El corporal es un lienzo blanco bendecido que se extiende sobre el altar durante la Misa, para depositar sobre él el cáliz, la patena y el copón con el pan y el vino para la Eucaristía, que se han de convertir en el Cuerpo y la Sangre del Señor; su nombre viene del latín "corpus", que significa cuerpo, pues sobre ella va a reposar el Cuerpo del Señor. En el culto católico se guardan en el portacorporales, pieza formada por dos hojas de cartón, cuadradas o rectangulares, dobladas y forradas de tela.

El purificador es un lienzo de tela blanca, generalmente rectangular, que el celebrante usa para enjugar y purificar el cáliz, la patena y el copón, así como sus dedos después de la fracción del Pan o de la distribución de la Comunión.

Finalmente, como accesorio litúrgico durante la celebración de la Misa cabe citar también las vinajeras. Contienen el vino y el agua requeridos para la consagración. Generalmente son de cristal y se colocan en una bandeja pequeña;. está permitido que sean de otro material: bronce, plata, oro e, incluso, de cerámica bien sellada, siempre y cuando puedan contener de forma digna el agua y el vino

Vestiduras Sagradas

El término general “vestiduras sagradas”, se aplica a aquellas que, de acuerdo con las reglas de la Iglesia o uso eclesiástico, debe usar el clero en las ceremonias de los servicios de la Iglesia; es decir: en la celebración de la Misa, la administración de los sacramentos, bendiciones, recitación solemne de las horas canónicas, servicios públicos de oración, procesiones, etc.

Estas vestiduras, en el Rito Romano, son: amito, alba, cíngulo, manípulo, estola, tunicela, dalmática, casulla, sobrepelliz, capa, sandalias, cáligas, quirotecas, mitra, palio, “succinctorium” y fanón.

Si bien al Papa le corresponden todas las mencionadas anteriormente; para el sacerdote se reducen a: amito, alba, cíngulo, manípulo, estola y casulla, para la celebración de la Misa, y, además, la sobrepelliz y la capa. En el caso del obispo, además de las que lleva el sacerdote, las vestiduras sagradas incluyen: la túnica, la dalmática, las sandalias, las cáligas, las quirotecas y la mitra; mientras que, para arzobispo, a las propias del obispo, se añade el palio. Las del diácono consisten en: amito, alba, cíngulo, manípulo, estola y dalmática; para el subdiácono: amito, alba, cíngulo, manípulo y dalmática; y, finalmente, el bajo clero lleva la sobrepelliz como vestidura sagrada perteneciente a todos los grados de ordenación

Pero estas vestiduras sagradas, al igual que las ceremonias que rodean la celebración de los actos litúrgicos, ha ido evolucionando a lo largo del tiempo de forma que hay una gran diferencia entre las usadas en los tiempos de la Iglesia primitiva, e incluso en los siglos posteriores, y las que se usan actualmente en los distintos servicios de la Iglesia. En este sentido, se pueden distinguir cuatro periodos principales:

  • El primero abarca la época anterior a Constantino. En ese período la vestidura sacerdotal aún no se diferenciaba del traje secular en forma y adorno; la vestimenta de la vida diaria se usaba también en los oficios de la Iglesia.
  • El segundo período comprende la época que va desde el siglo IV hasta el IX. Es quizás la época más importante en la historia de las vestiduras sagradas; no sólo se creó una vestimenta sacerdotal específica, sino que se determinó las principales piezas de la vestidura litúrgica actual.
  • El tercer período, que se extendió desde el siglo IX al XIII, completó el desarrollo de las vestiduras sacerdotales en Europa Occidental. Dejó de ser costumbre que los acólitos llevaran casulla, estola y manípulo. La tunicela se convirtió en la vestimenta habitual de los subdiáconos. La casulla pasó a ser la vestidura que se usaba exclusivamente en la celebración de la Misa, de la misma manera que las capas pluviales y las capas litúrgicas ocuparon su lugar en las demás funciones. En el siglo XI apareció una nueva vestidura, la sobrepelliz, comenzando a reemplazar cada vez más al alba.
  • El cuarto período, que va desde el siglo XIII hasta el XIX, marca la evolución total de las vestiduras litúrgicas en todo lo relativo a su adorno, con bordados y encajes ornamentales, y la naturaleza del material con el que están hechas.

La Instrucción General del Misal Romano define las “vestiduras sagradas” a utilizar en la celebración de la Eucaristía y da las pautas e indicaciones sobre la forma de proceder en su uso por parte de los ministros de la Iglesia: “La vestidura sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de cualquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él. Pero antes de ponerse el alba, si ésta no cubre el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito. El alba no puede cambiarse por la sobrepelliz, ni siquiera sobre el vestido talar, cuando deba vestirse la casulla o la dalmática, o sólo la estola sin casulla ni dalmática, según las normas” (IGMR 336).

“La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que se relacionan directamente con la Misa, es la casulla o planeta, a no ser que se determinara otra cosa, vestida sobre el alba y la estola” (IGMR 337).

“La vestidura propia del diácono es la dalmática, que viste sobre el alba y la estola; sin embargo, la dalmática puede omitirse por una necesidad o por un grado menor de solemnidad” (IGMR 338).

“Los acólitos, los lectores y los otros ministros laicos, pueden vestir alba u otra vestidura legítimamente aprobada en cada una de las regiones por la Conferencia de Obispos” (IGMR 339).

“El sacerdote lleva la estola alrededor del cuello y pendiendo ante el pecho; pero el diácono la lleva desde el hombro izquierdo pasando sobre el pecho hacia el lado derecho del tronco, donde se sujeta” (IGMR 340).

“El sacerdote lleva el pluvial, o capa pluvial, en las procesiones y en otras acciones sagradas, según las rúbricas de cada rito” (IGMR 341).

La Instrucción General define cuáles y en qué forma han de ser bendecidas de estas vestiduras: “Estas vestiduras sagradas con las que se visten los sacerdotes y el diácono, así como también los ministros laicos, bendíganse oportunamente, según el rito descrito en el Ritual Romano, antes de ser destinadas al uso litúrgico” (IGMR 335).

En esta Instrucción se hace también referencia a su forma y materiales a utilizar en su confección y adornos: “En cuanto a la forma de las vestiduras sagradas, las Conferencias de Obispos pueden establecer y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones que respondan a las necesidades y a las costumbres de cada región” (IGMR 342).

“Para la confección de las vestiduras sagradas, además de los materiales tradicionales, pueden emplearse las fibras naturales propias de cada lugar, y además algunas fibras artificiales que sean conformes con la dignidad de la acción sagrada y de la persona. La Conferencia de Obispos juzgará estos asuntos” (IGMR 343).

“Es conveniente que la belleza y la nobleza de cada una de las vestiduras no se busque en la abundancia de los adornos sobreañadidos sino en el material que se emplea y en su forma. Sin embargo, que el ornato presente figuras o imágenes y símbolos que indiquen el uso litúrgico, evitando todo lo que desdiga del uso sagrado” (IGMR 344).

La diversidad de colores en las vestiduras sagradas pretende expresar tanto el carácter propio de los misterios de la fe que se celebran, como el sentido progresivo de la vida cristiana en el transcurso del año litúrgico, siendo el exponente fiel del momento que, según el calendario litúrgico, vive la Iglesia. A este respecto, dentro del ordenamiento litúrgico de la Misa, se dice:

“En cuanto al color de las vestiduras, obsérvese el uso tradicional, es decir:

  • El color blanco se emplea en los Oficios y en las Misas del Tiempo Pascual y de la Natividad del Señor; además, en las celebraciones del Señor, que no sean de su Pasión, de la bienaventurada Virgen María, de los Santos Ángeles, de los Santos que no fueron Mártires, en la solemnidad de Todos los Santos (1º de noviembre), en la fiesta de San Juan Bautista (24 de junio), en las fiestas de San Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la Conversión de San Pablo (25 de enero).
  • El color rojo se usa el domingo de Pasión y el Viernes Santo, el domingo de Pentecostés, en las celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las celebraciones de los Santos Mártires.
  • El color verde se usa en los Oficios y en las Misas del Tiempo Ordinario.
  • El color morado se usa en los Tiempos de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse también en los Oficios y Misas de difuntos.
  • El color negro puede usarse, donde se acostumbre, en las Misas de difuntos.
  • El color rosado puede usarse, donde se acostumbre, en los domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetere (IV de Cuaresma).
  • En los días más solemnes pueden usarse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no sean del color del día.

Sin embargo, las Conferencias de Obispos, en lo referente a los colores litúrgicos, pueden determinar y proponer a la Sede Apostólica las adaptaciones que mejor convengan con las necesidades y con la índole de los pueblos” (IGMR 346).

“Las Misas Rituales se celebran con el color propio o blanco o festivo; pero las Misas por diversas necesidades con el color propio del día o del tiempo o con color violeta, si expresan índole penitencial, por ejemplo, núm. 31. 33. 38; las Misas votivas con el color conveniente a la Misa que se celebra o también con el color propio del día o del tiempo”(IGMR 347).

Ornamentos de Altar e Iglesia

Forman parte también del extenso patrimonio custodiado y conservado por la Congregación de Nuestra Señora de los Ángeles un conjunto de utensilios de orfebrería, ricamente trabajados y decorados, que se utilizan durante las grandes celebraciones en honor de la Virgen de los Ángeles para engalanar y embellecer los altares de su Ermita y de la Catedral e, incluso, la propia carroza de la Virgen y la carroza de Santa María Magdalena.